“A MICRÓFONO CERRADO”
‘Él’
Y dimitió… Él no hubiera pensado nunca terminar así, jamás se había sentido en peligro, nada turbaba su ímpetu. Pero dimitió cuando su andadura por las altas esferas no hacía sino comenzar; e ingenuo creía que estaba casado con la fortuna. ¿El mal de altura? Ya se sabe que, desde semejantes cumbres, más dura será (y es) la caída siempre y por siempre.
Y dimitió en plena juventud; lo que parecía una jubilación anticipada, forzada y forzosa. En realidad, él, nuestro ínclito él, no había cometido más desaires que los derivados del ansia de poder; nada fuera de lo común. Si fuese por esto, tendrían que dimitir ellos y ellas constantemente.
Y dimitió. Sin embargo, él no había cobrado comisión alguna, ni que se sepa ningún familiar suyo se había beneficiado de presuntas fraudulentas operaciones. Si, en plena fiebre pandémica, alguien había cometido alguna felonía comercial, de negra catadura ética, no había sido él. No obstante, acabó pagando por todos, por pecadores, tibios y justos; si es que hubo justos en este esperpento, del que todavía quedan capítulos por escribirse.
Y dimitió. Se le acusaba, a éste ‘él’ que no he de nombrar, entre otras evanescencias de una presunta trama de espionaje, a mayor desprestigio de una diosa menor. Mas del asunto de corrupción (presunta, por favor) que lleva a conseguir pingües ganancias gracias a las influencias celestiales se habló menos, y ahora ya ni se habla. Que alguien pudiera o pudiese aprovecharse de la pandemia para hacer negocios apoyándose en el hombro de quién es hermano, sí que debería dolernos en lo más profundo, al menos tanto como pueda ofendernos los delirios de espía, tentación tan política como humana, muy extendida y antigua, por otra parte.
Que en este esperpento del callejón del gato, que hemos presenciado boquiabiertos, no haya nadie químicamente bueno, no debería causar asombro. El mundo es ansí, proclamaba Baroja; y ansí es desde que existe y lo reconocemos como tal... Y desde el día primero, hubo hermanísimos, caínes y abeles, evas y adanes.
Bien lo decía Valle Inclán, el sentido trágico de la vida española solo puede darse con una estética sistemáticamente deformada. Y tan deformada, cuánta razón; lo que no alcanzo a adivinar es quiénes pueden ser los héroes clásicos que hoy se reflejan en los espejos cóncavos del madrileño callejón del Gato. Porque según Ramón María, ‘los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento’. Y Esperpento sí que hemos tenido, en grandes dosis; aunque héroes ninguno, ni clásicos ni contemporáneos.
Y dimitió. ¿Qué quieren que les diga…? Ya saben quién es él… Ahora se refugia en su escaño de diputado, que conserva como oro en paño, ha cambiado su confortable despacho en Génova por su pequeño cubil en el Congreso; y sigue adelante sin saber muy bien adónde se encamina ni cuál será su destino.
Y dimitió. Le hicieron pagar muy caro su engreimiento, le pasaron factura muchos de los que consideraba compañeros del alma compañeros. Por mantenerse en su sitio en pleno vendaval, agarrándose al mástil de su inexperiencia, cuando otros se mantenían escondidamente callados, obtuvo una sonora derrota.
En definitiva, el expediente se cerró de golpe… Sí, sobre su cabeza coronada. Empero no ha sido la única, ni ha de ser la última que se decapite; nuestro histórico suelo está repleto de privilegiados cráneos seccionados y olvidados. El mundo es ansí.