Reconozcamos el llanto de nuestros políticos
Llorar, lloramos todos; que levante la
mano aquél que no ha llorado ni gemido en este valle de lágrimas. Y tras estas
copiosas elecciones, casi un hartazgo de urnas del que no nos hemos recuperado
todavía, los llantos, gimoteos, ruegos y amenazas abundan de una costa a otra.
Pero lo importante es que sepamos reconocer el llanto de nuestros
representantes. Y entender lo que nos quieren decir.
Ya se conoce sobradamente que en esta tierra española, el que no llora no mama; porque aquí, en nuestro aquí más cercano, arrimar los labios a la rica teta del poder ha provocado desde amargas pataletas a doloridos bramidos en la mayoría más selecta de esas criaturas tan consentidas que nos rodean. A menudo, se escudan en la vana excusa de pactar; pero si finalmente lo hacen es por obligación, no por convicción; si negocian, a regañadientes y sin ánimo de consenso, ni mucho menos amor a la patria o a nuestra región, tan necesitadas ambas de devoción. Y pactos hay para todos los gustos y colores: pactos florales, pactos infamantes, pactos contra natura… Desde Canarias a Navarra, nuestra geografía se tiñe de acuerdos que nada acuerdan sino acceder a la poltrona o intentar mantenerse en ella. Tampoco nuestra Comunidad es ajena a este electrizante juego, en el que más de uno (o una) se puede electrocutar.
Hay que conservar el poder, o llegar a él a toda costa. Tal parece la máxima
sagrada. De ejemplos, está repleta nuestra eterna hemeroteca; más todavía en
las últimas semanas, en la que se están entonando fúnebres himnos al disparate.
En medio de esta terrible incertidumbre -donde los que han perdido parece que
han ganado, y a los que han ganado no les alcanza con sus pírricas victorias-
seguimos inmersos en un marasmo de indefinición abominable. Especialmente
dañina para nuestra economía; el miedoso dinero se acobarda con pasmosa
facilidad. Y no andamos muy boyantes en este interminable periodo de
recuperación tras la atroz crisis sufrida; da la sensación de que se nos
conduce indefectiblemente al inicio de otra, a la que volveremos a llamar, al
zapatero modo, desaceleración hasta que no haya antídoto posible.
Mientras tanto, la investidura de Sánchez sigue pendiente de un hilo tan frágil, que puede romperse en cualquier momento y abocarnos a nuevos y tormentosos comicios. Recientemente, la portavoz del Ejecutivo remarcó, no obstante, que los planes socialistas continúan impertérritos en dirección a un glorioso julio, en el que podría celebrarse al fin el pleno de la hipotética reelección de Sánchez. Y compungida reiteró Celaá su llamamiento a la “responsabilidad” de PP y de Cs para que faciliten la gobernabilidad de este país desnortado, sin olvidarse de referirse también a su monaguillo predilecto en tantas Iglesias: “PP, Cs y Podemos deben ser conscientes de lo que está en juego: pedimos responsabilidad. Ahora no hay alternativa”. Como llanto, no es mal ejemplo éste, el de una ministra que llora con fuerza y determinación en pro de su líder. Nada nuevo bajo el sol; con mayor o menor sonoridad lo hacen todos, unos y otros son como niños de muy corta edad. Y si hay que llorar, se llora a moco tendido.
A estas alturas, pedir grandeza de miras o generosidad a sus más caprichosas señorías resulta cuando menos jocoso. Si Julius Henry Marx (Groucho para los íntimos) asesorara a nuestros más preclaros representantes, se sentiría en su salsa: “Damas y caballeros, éstos son mis principios. Si no les gustan tengo otros”. He ahí nuestro invertebrado rumbo; a lo sumo, cambiamos las apariencias y algunos nombres. Sin embargo, nuestros bebés políticos, con coleta o sin ella, con voz o con ronquera, deberían superar de una vez por todas esta etapa de interinidad, que nada bueno presagia.
De llantos y algoritmos
Mas no crea que todo el balbuceo que despide el bebé político es de igual cariz. Hay que afinar el oído; aunque griten, vociferen, que vociferan y gritan. Así que preste mucha atención cuando el bebé llora, especialmente si se trata de un enfant terrible de nuestra política nacional o regional (tanto monta, monta tanto). Si profiere un “neh” estará hambriento de poder; si es algo como un “owh”, se muere de sueño en medio del más tedioso pleno; y si es “heh”, manifiesta que está incómodo en el escaño, bien sea por calor o por un punzante picor en donde la espalda pierde su pudibundo nombre. Si, por ventura, surgiera de sus labios un oscuro “eair” tendría un agudo dolor por gases, y sería entendible -y hasta comprensible- que le invadiera el mal humor. Finalmente, si escuchan un ‘eh’ a destiempo, no sabiendo bien que añadir en plena rueda de prensa, en realidad está diciendo que quiere eructar. Y probablemente sea lo más inteligente que diga en toda la sesión.
No tema, sufrido votante, abundan explicaciones fisiológicas para entender estos coros políticos. De este modo, cuando tienen ganas de comerse el mundo, empieza el reflejo de succión y su lengua empuja el paladar, lo que produce un sonido específico, e implica que ni el más ferviente gurú logrará apartarles un ápice de su objetivo: la erótica ubre del poder. ¿Les parece exagerado? Fíjense, si no, en su líder favorito en cualquier evento radiotelevisado; al cabo de un tiempo, notarán ese misterioso reflejo; y si acaso sus ojos llegan a nublarse por molestias estomacales, alzará las cejas como si se asombrara él mismo de su desmedido apetito, circunstancia que también ha de provocar otras disonancias y alguna que otra reprimida ventosidad.
¿Que todavía no es capaz de distinguir entre un ‘neh’ y un ‘eh’? No se preocupe; ahora unos algoritmos son capaces de procesar por usted ese alarmante ruido que sale de la garganta de los recién nacidos al poder, y aclararle -a usted y a todos los votantes- por qué llora su carismático líder. Una investigación realizada por un consorcio de investigadores norteamericanos detectó 48 quejas en el llanto del bebé; este estudio se puede aplicar, sin menoscabo alguno, al constante lloriqueo político, tan inextricablemente egoísta, y más posesivo si cabe. Pero sería mucho más efectivo si estos mismos científicos que han desarrollado una herramienta de inteligencia artificial para traducir los infantiles gritos en mensajes inteligibles, se plantearan una fórmula similar para desentrañar los enmarañados discursos, programas, pactos y negociaciones, que se expanden por doquier a oscuras o a media luz. Ay, a media luz los dos… o los tres...
El método a seguir
Este método estadounidense que consigue distinguir el llanto 'normal' del
'angustiado' se basa en un algoritmo para el reconocimiento del lenguaje previo
al aprendizaje del habla, que coincide sustancialmente con el modus operandi en
la iniciación del conocimiento político del poder. También en este caso, se
pasa con desusada frecuencia del lloriqueo normal al más desesperado.
Diferenciarlos, sin embargo, entraña una gran dificultad incluso para los más
expertos politólogos. Cada bebé político tiene su propio registro, según
diferentes variables (edad, sexo, temperatura, presión arterial, horario de
sueño y de alimentación...). Entre todas ellas, resulta decisiva la
alimentación, los placeres de la buena mesa hacen estragos entre nuestros
aniñados políticos.
El reto se plantea ahora en la identificación de ‘patrones ocultos’ y otros automatismos, sin que el ruido ambiental, como la influencia de los medios de comunicación o el bullicio de las redes sociales, interfiera en la captación e interpretación del llanto/discurso. “Como en cualquier lenguaje especial, en los gritos hay mucha información relacionada con la salud, que se puede encontrar al diferenciar los sonidos. Para reconocer y aprovechar esa información se deben extraer las señales y analizarlas”, explica Lichuan Liu, investigador del Laboratorio Digital de Procesamiento de Señales de Estados Unidos.
En referencia a nuestros putativamente todopoderosos infantes, me sumo a las palabras del profesor Liu, y propongo que analicemos el lenguaje especial ‘pre y postelectoral’ de esos niños grandes que aspiran a ser más grandes todavía. Implementemos un algoritmo que lo sustancie, una ecuación que despeje todas sus incógnitas y variables, aun a riesgo de descubrir que todo parecido con la realidad es pura coincidencia. Puede que alcancemos la dicha de dar con la piedra filosofal o la fórmula del esotérico gobierno de cooperación, uno de los últimos enigmas de la ciencia política nacional. Del lloro al berrinche, sin atender a su color o procedencia, podemos llegar a los significados más ignotos.
“Un llanto anormal puede estar asociado con una enfermedad grave o crónica”, como neumonía, sepsis, laringitis, hipotiroidismo... Sin duda, no podemos arriesgarnos a tamañas patologías, ¡qué sería de nosotros... si una laringitis inoportuna quebrara la voz de nuestro líder en medio de una trascendental declaración! Me atrevo a sugerir, por ende, la conveniencia de encontrar urgentemente un nuevo algoritmo de reconocimiento del lenguaje del llanto político, previo procesamiento digital de voz que pueda diferenciar y clasificar sus significados. Parafraseando a Liu, entre sus ventajas, estaría el reducir el estrés de los votantes, prevenir el maltrato electoral y proporcionar un diagnóstico no invasivo.
En suma, debemos prepararnos antes de que sea demasiado tarde; si no desentrañamos sus secretos deseos a tiempo, si sus palabras obtusas nos siguen aturdiendo cada vez más, no habrá remedio; porque todo aquel que nos enfade, nos controlará y dominará irremisiblemente. Ojo avizor: en vísperas de los presumibles felices años veinte, los bebés políticos de la generación digital ya nacen mandando. Que Dios nos acoja en su seno.
Linkedin: Hipólito Martínez
Publicado el miércoles, 26 de Junio de 2019
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